miércoles, 2 de septiembre de 2009

Luigi Pirandello, "Cuadernos de Serafino Gubbio operador". Una sátira de la Modernidad (1915)












Roma, 1915. Los comienzos de la Modernidad, el siglo xx. El futurismo difunde sus consignas por toda Europa: «¡Viva la máquina!», «¡La guerra es bella!». La razón destructiva se disfraza con nuevos ropajes: la máquina y la tecnología inician su idilio, bélico, basado de nuevo en el sueño de la pretendida emancipación social. Después de la «proletarización global» de los individuos la «estetización global» de la sociedad; el arte, única forma de experiencia de la realidad y de resistencia contra la devoradora razón instrumental, va a ser reducido a una nueva forma de entretenimiento, de evasión, despojado de sus momentos críticos, subversivos y utópicos que la vanguardia llevaba implícitos van a ser incorporados a la producción industrial. No hay por qué preocuparse, la tecnología difundirá sus bondades a todos los hogares, a toda la sociedad, a todos los individuos. No hay precio que pagar, todo son ventajas, por fin la felicidad es posible para todos. Nace un nuevo sujeto para una nueva máquina: mudo, impasible, sólo; ya no tiene que soñar, pensar, la tecnología pone al alcance de su mano el bienestar. Tan sólo tiene que permanecer pasivo, dejarse llevar, arrastrar, en la vorágine de la velocidad de la vida ahora tecnificada, por el cambio incesante de objetos e imágenes. Conformarse. Adaptarse de nuevo. Admirar las nuevas maravillas tecnológicas y científicas. La política, además, cree en ella. No más dominación, ni de la naturaleza ni del hombre: la vida plena para todos. La felicidad es posible, la máquina y la tecnología, el maquinismo, la hace posible.

Hay que creer de nuevo. Hoy, 2009, la salvación y la esperanza depositadas en la mecanización durante todo un siglo han defraudado todas las expectativas de un cambio real, de una conciliación y de cualquier pretendida emancipación. No hay tal posible conciliación, si no más separación, más destrucción. La tecnología ha arrasado con la naturaleza y con el hombre y ha llevado al empobrecimiento de nuestra experiencia, a la angustia interiorizada, a la guerra permanente, a la crisis como formas de experiencia perversa de las que incluso obtenemos placer. Placer de nuestra propia destrucción como seres sensibles, históricos o sociales.Roma, 1915. Pirandello, con una lucidez que hoy reconocemos inigualable, escribe una de las grandes novelas del siglo xx: Cuadernos de Serafino Gubbio operador. Una metáfora crítica, despiadada y mordaz sobre la modernidad. El protagonista es la máquina, la propia modernidad que Pirandello estaba viendo nacer delante de sus ojos. Su contexto, la nueva vida y los nuevos sujetos que la alimentan en su voraz y destructivo destino racionalizador. No son ya las máquinas de las fábricas, no, otra más pequeña, sutil, casi invisible, que no se alimenta de la fuerza de trabajo sino del cuerpo entero, de la vida entera de los individuos, pero sin causar dolor ni sufrimiento, al contrario, produce placer. Pirandello la utiliza como tema de su novela: [Photo]es la cámara cinematográfica, la producción de imágenes: la creación de una nueva realidad.

El premio Nobel italiano nos relata en su novela la filmación de una película y las relaciones humanas que sus protagonistas entablan en la realidad para dejar paso a una ficción que los constituyan de verdad. Ficción y realidad se entremezclan para producir una intuición que ha resultado tristemente verdadera y cara a todos los que la han vivido y sobrevivido. Pirandello se rebela con un último gesto de asombro o grito mudo contra el poder de esta minúscula máquina productora de realidad. Su novela se convierte así en una reflexión sobre la muerte, una crítica mirada escrita en forma póstuma, distanciada por el objetivo de una máquina fantástica y un ojo profético, nueva metáfora de la escisión, ahora total, absoluta, entre la realidad y el individuo, entre el hombre y la naturaleza, mediado todos sus actos, ya para siempre, por la técnica en una reproducción infinita, eterna. Una nueva reflexión sobre la estupidez humana a la altura del Flaubert de Boubard y Pecuchet, no ya dos copistas arrastrados en su estupidez por la razón científica, el sueño de la emancipación social a través de la ciencia, no, sino una cámara que los graba al mismo tiempo que los destruye en su fascinación estúpida, ahora, por esta nueva razón tecnológica. Una extraordinaria novela. Una sátira social sobre la modernidad, crítica y sin moral. Una brutal reflexión sobre el pasado de nuestra memoria histórica, social y artística vista en su grotesca desaparición; una brutal reflexión sobre el presente visto en su ridícula y nueva caricatura tecnificada de dominación y ambición; y una brutal intuición sobre el futuro pre-visto: la desaparición de toda forma de afecto, la pasividad total como nueva forma de sujeto del poder.Reflexión desesperada sobre la condición humana y la naturaleza en la que Pirandello relata su dominio y su muerte a manos de la razón científica, mostrándonos sus despojos, al mismo tiempo que con incalculable visión apocalíptica nos representa su resurrección tecnificada como segunda realidad. La muerte de la vida. La reconciliación total. No había, no hay otra. La razón tecnológica no deja márgenes, territorios sin colonizar: o ella o la locura, o ella o nadie: su realidad tecnificada o la inexistencia. Una paradoja desconsoladora sobre la estupidez y la vanidad humana.


Hoy, 2009, la crisis de la globalización económica. Se acabó la película. Otra máquina, esta vez financiera, también invisible, nos da otra oportunidad después de nuestra muerte: comprar a cómodos plazos y a bajo interés la vida que uno quiera. Más perversa aun si cabe que las anteriores nos hace ahora deudores infinitos de nuestra estupidez. No más máscaras, no más cine, no más personajes, ahora la virtualidad infinita de ser, de ser lo que uno quiera: libertad total, absoluta: ser en tiempo real. No ya una sola película en la que todos podemos participar, no, ahora cada uno puede inventar, comprar, su propia película, su nueva vida virtual. ¿Más emancipación? Imposible. La vida no es una película, es un crédito que nos prestan con nuestro propio dinero. ¿Más estupidez? Seguramente, es inagotable. ¿Se rueda? No, se vende: la mercantilización absoluta de la vida y la muerte — la guerra.



Roma, 1915. Serafino Gubbio, operador de la Kosmograph: una mano que se ha pasado la vida girando la manivela de su máquina alejado de la realidad, siempre mirándola por el objetivo de su cámara, escribe su cuaderno de memorias para desahogar asombrado hasta dónde puede llegar la estupidez humana, para relatar en primera persona hasta dónde puede llegar el progreso social, para reflexionar sobre la modernidad que le ha tocado vivir, más bien ver, impasible, detrás de esa nueva máquina que se alimenta de la vida de los individuos y de la que él tan sólo tiene que girar la manivela. Su experiencia nos descubre el absurdo de nuestra sociedad a través de la razón tecnológica que acaba de imponerse y que arrasa con toda la vida que encuentra a su paso, natural o humana.Su primera reflexión es sobre el hombre, ese ser que es un verdadero añadido para la tierra, el único animal de la naturaleza que no se conforma a sus necesidades, sino que necesita de lo superfluo, un añadido que le atormenta inútilmente, quizás porque la tierra no está hecha para él. Un superfluo formado de ilusiones, vanidades, ambiciones sin fin ni razón. Primera causa de su infelicidad o estupidez. El hombre es un inadaptado a la naturaleza, y para ello tiene que crear y creer que la domina y al mismo tiempo se domina. Construir al mismo tiempo La Máquina y La ley: su razón, el primer absurdo y causa de todos.Las amistades de Serafino Gubbio giran alrededor de la vida artística, pero la mayoría como vestigios del pasado, como sombras grotescas de gestos vacíos y que tan sólo conservan una máscara absurda como resultado de su enfrentamiento con la nueva realidad opaca e incomprensible para ellos. Gubbio se mueve entre ese pasado lleno de muerte y despojos y la nueva realidad que él capta con su cámara. Es el personaje bisagra entre el pasado y el futuro, y que al final también renunciará como los demás a la nueva realidad que la sociedad tecnificada trata de imponer, pero no sin antes captar a través de su cámara la verdadera esencia de la razón técnica: la muerte.Simone Pau, un antiguo amigo, filósofo bohemio y misántropo que vive en un Hospicio de mendicidad como en un hotel, conserva aún el porte arrogante del intelectual de otros tiempos, cuando la filosofía estaba unida a la vida, ahora convertido en un mendigo que da clases a mendigos. Un amigo suyo del hospicio, violinista, arrastra su vida y su instrumento en silencio como alma en pena. Filosofía y música convertidas en vestigios del pasado, en cadáveres vivientes en una sociedad tecnificada donde ya no tienen sitio.La casa de los abuelos, representa el campo, la tranquilidad. La familia Moretti: el abuelo Carlo, la abuela Rosa y sus dos hijos. Giorgio, el hijo, a quien Gubbio había dado clase cuando era joven, un dandy con un prometedor futuro como actor de teatro, se suicida por amor en plena juventud, su pasión no tiene cabida en la nueva sociedad. Ducceta, la hija, tiene un desencuentro amoroso, del que no se repondrá, con Aldo Nuti, mediocre actor de teatro que ha sido quien ha desenmascarado a la amante de Giorgio, Vacia Nestoroff, bella e insensible actriz, sobre la que guardará un deseo de venganza por la muerte de su cuñado Giorgio. Ambos personajes protagonizarán el final de la película que Gubbio está grabando al mismo tiempo que el final de la novela. Años más tarde, cuando Gubbio vaya a visitarles en su intento de recomponer las relaciones entre Aldo Nuti y Ducceta, la casa estará ya vendida, el abuelo muerto, la hija convertida en monja con un aspecto deplorable que vive con su vieja y esperpéntica madre, la abuela Rosa. Todos se han convertidos en vestigios del pasado, en sombras grotescas de una burguesía cultural en otros tiempos pasados triunfante. De una u otra forma, la muerte se ha acercado a sus vidas destruyéndola, como más tarde se acercará definitivamente a las vidas de Nuti y Nestoroff, sobrevivientes hasta el final gracias a su soberbia y locura.La familia Cavalena representará al matrimonio de la pequeña burguesía, con sus insoportables discusiones, enfrentamientos y celos, y que harán de su hija una persona sin voluntad propia ni libertad, encerrada en esa casa de locos.Las relaciones entre la naturaleza y el hombre, ambos dominados por la razón, están ejemplarmente representadas en las conversaciones que Gubbio sostiene todos los días con la tigresa, animal que la Kosmograpp ha comprado para la película que se está rodando. La tigresa, encerrada en su jaula, ha perdido todo lo relacionado con su naturalidad: sin libertad ni ferocidad, sin belleza ni nobleza, es una grotesca sombra de la naturaleza. Al igual que Gubbio, se muestra impasible en su jaula como él cuando hace girar la manivela de su máquina, sin poder sentir nada de lo que sucede al otro lado del objetivo. La tigresa tendrá que ser matada realmente al final de la película en un escenario de naturaleza fingida para la diversión de los espectadores, en esa confusión que Pirandello lleva a cabo entre ficción y realidad. Muerte que será la metáfora de la desaparición final tanto del hombre como de la naturaleza, sustituida y convertida en una segunda realidad dominada por la razón tecnológica: la película-realidad que verán los espectadores.

La muerte y desaparición del hombre y la naturaleza, de la realidad tal y como hasta entonces se había concebido, se sustituye mediante la técnica por una ficción, cuyo dominio consiste en la pasividad e impasibilidad total de un nuevo sujeto y una nueva naturaleza y las relaciones que la propia técnica se encargará de producir: una nueva realidad sin sentimientos ni afectos. Pirandello la representa en la escena final de la película, en la que Aldo Nuti, como cazador, tiene que matar a la tigresa, pero el desenlace final y natural cambia al disparar Nuti contra Nestaroff en su venganza final, al mismo tiempo que es devorado, de verdad, por la tigresa, que tiene que ser abatida a tiros por otros. Gubbio, impasible, graba la escena de ambas muertes girando su manivela, pero no sin trastornos para él, que se quedará estupefacto, mudo, convertido en otra sombra grotesca vestigio del pasado, máquina y él forman la misma cosa, Gubbio se quedará poseído por ella. La única que sobrevive a este espectáculo de muerte es la máquina cinematográfica, la película, la ficción-verdad que ha devorado realmente la vida de todos los personajes y que producirá una impensable cantidad de dinero. La muerte, por tanto, se convertirá en una mercancía mediática que servirá de distracción a los nuevos sujetos solitarios, mudos e impasibles de la nueva realidad que se abre paso en los primeros años del siglo xx, 1915. Por supuesto, también sobreviven a este final el director de la película y el dueño de la compañía. De forma profética, Pirandello nos muestra en su novela el comienzo de lo que hoy, a finales del siglo xx, 2009, nos es tan familiar: la muerte como mercancía, la realidad globalizada y mediatizada por la tecnología, la guerra:




"No, gracias. Gracias a todos. Ahora basta. Quiero quedarme así. El tiempo es este; la vida es esta; y en el sentido que doy a mi profesión, quiero permanecer así -solo, mudo e impasible-..."

martes, 1 de septiembre de 2009

Poesía inórganica



Diego Ciudad
Elegía del poeta sin órganos





Siempre he sostenido que la poesía de Diego Ciudad es una escritura-medina, un flujo de palabras que te arrastran por las calles estrechas, serpenteantes, de su siempre la misma ciudad-poema, río-poema, torbellino semiótico sin código gramatical que sorprenden en cada esquina, libertad o utopía de perderse en el jeroglífico que nos aprisiona. En este caso un yo-máquina que registra como reflejo el caos, la insolencia o la desesperación del yo-mundo, poesía de fragmentos-palabras, mezcla explosiva, química de im-puros signos-palabras. Lenguaje-escritura que tiene su propia forma de leerse a sí mismo: signos de significados intercambiables, polifónicos; de significantes intertextuales, carnavalización subversiva; sintaxis desgarrada en la deriva de sus conexiones, quiebras, roturas; estilo que se realiza materializándose en la constancia de la multiplicidad, del vértigo, en la satisfacción de la página que nunca deja de ser infinita. Poesía que es prosa-filosofía-historia-vida-política-deseo y tantas cosas que no se pueden comunicar y resultan necesarias decirlas, como sea, necesidad que va más allá de cualquier sentido muerte-vida.
La poesía dialógica de Diego Ciudad es el campo de batalla que, como siempre, se embosca en una de esas máquinas implacables del excitante deseo-droga-capital-pornográfico; encerrado, acorralado en su-de-ellos cuerpo-máquina sin órganos, metáfora real, insaciable máquina-producción que seduce con sus brillos aparentes de infiernos, fantasmas, deseo teológico y falo negativo, a la que otra máquina-cuerpo responde con la poesía-disparo de su bolígrafo, que sólo hiere como mucho las rosas que habitan en el jardín, rojas, únicas que entienden esta artesanal máquina corporal.
Poesía antidiscursiva, antimáquina que reflexiona en el límite, en la frontera entre la necesidad y la libertad, fricción dolorosa que hace vomitar los automáticos códigos recibidos y olvidados cantos de ardor. Anarquía, belleza, dolor, repentinos y bruscos cambios de ánimo, emociones encontradas, discursos exaltados, ternura sin remordimiento, regresiones, proyecciones, imágenes, ritual. Viaje a uno y otro lado de uno mismo.

El protagonista de este nuevo poema-escritura se dispone a escribir el actual caos con su acostumbrada insolencia y su idioma aprendido en el margen, entre las piedras que no distinguen ni bien general ni vanidad particular de tantas banderas con códigos de barras. Recuerda los tiempos mejores, ¿elegía?, cuando imperaba la fortuna y los cantos impuros; mientras, él, ¿quién?, se acopla conectándose, empalmándose, al cargador social del sistema axiomático de producción de capital, convertido en máquina tecnoviva o en nuevo tecno-cuerpo, tecno-texto: ahora observa, desde su nueva pantalla de percepción, la producción del deseo-mercancía, de droga pornográfica y farmacológica que le produce su primera descarga orgásmica, escurriéndose el viscoso semen por debajo de la puerta sellada. Imposible resistirse a sus encantos. Imposible huir de la droga deseante. Al mismo tiempo, o mientras tanto, la máquina automática del sistema axiomático de producción recibe su primer zarpazo discursivo automático. No sabe si podrá salir de ella o morirá en este nuevo intento de camuflarse y desarmarla desde dentro. No sufre ya, se trata de comprobar otra vez la satisfacción de la desesperación, de esperar la explosión de la carga.

Desde el fondo de la infernal máquina y su panatalla de percepción oye los rumores del mar, las olas, reconoce el sol saliente, él -el anti-protagonista-, programador o poeta menor encerrado y acorralado en el sistema axiomático de producción de dolor, cuerpo-dolor: manicomio perfecto para el yo desahuciado por la ciencia, para ese yo imposible de normalizar. Comienza su demente danza, poema combativo de sonrisas, derviches, memoria, cuerpos, tumbas, lujuria, yo-escritura que no se somete a la subordinación, antes prefiere la muerte, el ritual cotidiano de la cerveza, del viento, la brisa, la lluvia, el salto de lo uno a lo otro, la nostalgia; o mejor aún: el hueco, el vacío, la nada, el irreal yo antes que la fetidez hedionda del poder y la riqueza. Ahora está desnudo, desde la oscuridad percibe la realidad histórica que vuelve: siempre, no cambia, eterno retorno que busca el castigo. Él yace desnudo incapaz de representar la belleza, su nueva pantalla de percepción no lo permite, en ese alucinado viaje que le ha conducido al fondo de la máquina deseante sólo almacena (ve) muertes.

El protagonista, nos recuerda ahora, el momento en que llora al despedirse y escindirse su denostado y desposeido yo de su otro yo. Acaba de entrar en el territorio mustio de la muerte, no tiene nombre; pero no importa, esperará allí a su Yo gozoso que se ha quedado en la ribera de la vida. Ya le llegará su hora, entonces habrá elegía, verdaderos llantos, poemas-cenizas lanzados al viento. Ahora todavía no.



Ahora se recupera después de dormir, dispuesto una vez más a atravesar los límites, la frontera que le-nos enmarca, la compasión que humilla, el instrumento civilizado. Vuelve, regresa, va a la hoguera, al barro, al rocío; yo puro des-subjetivado, cuerpo-dolor, mística, uno pulsional separado. Imposible hablar de otra cosa; el protagonista lo siente, se disculpa, pero su nueva pantalla de percepción sólo refleja infiernos, fantasmas. Con el cargamento terrorista en su mala cabeza: rilque, orfeo, t.s. mitra, el desasosiego-libro presente siempre en el cabecero, su vida escrita ya anteriormente. Llega el momento del desgarro, la rabia. Es detenido, llevado a comisaría, encerrado en el cementerio-cárcel con los otros huesos y los otros nombres de denostados yoes.

Entra en una nueva pantalla de percepción, es momento de reflexionar, de recordar, desde ella contempla aquel Yo visible, risueño, abandonado en la ribera de la vida; adolescente enamorado; los paisajes que le rodean, higueras, jaras, olivos, naranjos; el jardín y la muerte; la nostalgia del recuerdo. Lo contempla ahora montado en un caballo, en un mercado. Recuerda la bala, la indigencia. La escritura radical carente de estilo. También puede observar ahora a aquella muchacha adolescente que se pone su bufanda, su chubasquero, su gorro. Se ve a sí mismo escribiendo este poema, escritura paranoica, adulta, familiar, impertinente, hecha de-sangre. Su pantalla de percepción refleja ahora su paseo por las avenidas, el amplio mar, el sol, el amor y la dicha, los amigos que le preguntan por su próximo poema.

No contesta. No puede contestar. Su sangre se esparce por las paredes de la página. Muerte, crueldad, dolor, y el recuerdo de nubes planas bermejas. Poema inestable de muerte-vida, flujo incesante de amor-dolor en esa frontera sin órganos, ese límite que escinde. No, no es una elegía. No se llora por lo que no tiene órganos.