miércoles, 7 de octubre de 2009

A la hora de su muerte y de su cumpleaños. - En el Centenario de José Antonio Muñoz Rojas. In memoriam.

La parábola de los Objetos perdidos en la obra del poeta José Antonio Muñoz Rojas.


No pudo ser. No quiso que fuera. Pocos días antes de cumplir los cien años y de celebrarse el homenaje de su centenario, José Antonio Muñoz Rojas desapareció de este mundo, lo abandonó. No pudo ser y no quiso ser el convidado de piedra, la momia de cuerpo presente, pero ha dejado en este mundo su cuerp0-texto, su cadáver, al que se le va a practicar la autopsia con el bisturí crítico y dar así cuenta de su estado, porque a su alma son otros los encargados de hacerla.


Hemos perdido a un gran poeta, pero, como digo, quedan sus palabras. No voy a hacer una semblanza del poeta, otros ya lo han hecho con las palabras siempre justas y equilibradas que se requieren en estos momentos y que nos pueden servir como sencilla y emotiva iconografía de su persona: -poeta antequerano y universal-, -profundo poeta de lo cercano-, -uno de los poetas españoles más importante-, -era humilde, cercano, altruista y amigo de sus amigos, con cierto paralelismo con lo que eran los humanistas del renacimiento-, -con su prosa y su dominio del lenguaje ha demostrado cómo a través de una aparente sencillez se puede llegar muy lejos en la literatura-, -un siglo sobre la tierra es mucho; creía que no se iba a morir nunca, pero todos los hombres somos mortales, hasta los inmortales-, para los editores supone una tragedia y una pena la muerte de un autor apartado y discreto que dejó maravillosos libros-, -hace diez días me dijo que estaba harto de vivir y que estaba convencido de que en breve se iba a producir su fallecimiento-, -tras su muerte, lo mejor es hacerle un homenaje íntimo y particular leyendo sus textos universales-, -pocos como él estuvieron atentos a escribir con rigor, con propiedad y sabiendo asimilar una cultura muy extensa pero con mucha sencilles-, -es una pérdida irreparable, por la dificultad para sustituir la calidad y la profundidad de su poesía-, -era el testimonio vivo que nos quedaba de tantos poetas del siglo xx, de la Generación del 27 y de los 50-, -había logrado desprender sus versos de aditamentos y adornos que no fuesen sola y exclusivamente poesía-, - tenía la sobriedad castellana de Antequera, los fulgores del Mediterráneo y la elegancia de sus años en Cambridge-, -su desaparición supone una orfandad tremenda, porque llevó la naturaleza de la provincia a sus versos-, -es uno de nuestros clásicos modernos-, - su poesía es de la vida y del mundo y sólo puede descubrirse y amarse en silencio-, uno de los hombres y poetas que más ha vivido y escrito con y de la naturaleza y el espíritu casi a partes iguales.


Voy a hablar de nuevo sobre el libro que más impresión me ha causado, junto a Las cosas del campo, de los escritos por Muñoz Rojas: Objetos perdidos, Premio Nacional de Poesía 1998, y al que considero el mejor de todos ellos. No soy ni me considero un especialista en la obra del poeta. He leído, prácticamente, casi todos sus libros de poesía, empezando claro está por Las cosas del campo, que me regaló y dedicó en Antequera cuando apenas tenía yo veintipocos años, pues no indicó la fecha en la dedicatoria. Mucho más tarde leí su Poesía, 1929-1980, en edición del profesor Cristóbal Cuevas, y publicada en 1989 como primer número de la estupenda Colección "Ciudad del Paraíso", que dirige el también profesor, y poeta, Francisco Ruíz Noguera, cuyo nombre, por cierto, no aparece por ningún lado del libro, si no me equivoco; al cuidado de la edición estuvo el poeta Juvenal Soto, quien al mismo tiempo se encargó de su diseño interno.


En el año 2004 publiqué un trabajo en esta misma revista sobre el libro Objetos perdidos, fruto de mi lectura y agrado tanto como del desconcierto y conflicto provocado por dicho texto, que traté de manifestar y disipar en aquel comentario. Hoy vengo de nuevo a retomar aquí aquella conversación ininterrumpida que mantego con el poeta y con ese libro en particular desde aquel entonces. Comencemos leyendo un poema de este libro:


A qué tanto buscar las llaves
que están siempre perdiéndoseme?
Cecilia, Pepa, mis llaves, las habéis visto?
Pero para qué guardar unas llaves
que no voy a encontrar y que cuando las encuentre,
por fin mis llaves, no guardan nada dentro,
tal vez expresiones, "con tanto como te he querido",
Nada de aquello poco, nada queda,
como un tonto escribiendo esto poco,
de qué, para qué? De un armario cuyas llaves
no encuentro, como un tonto escribiendo.

Realmente es esto una poesía; podemos decir que lo que acabamos de leer es un poema. Dónde está la poeticidad. O bien, cuál es el límite entre poesía y no poesía. Pero sigamos leyendo al poeta. El comienzo de otro poema sobre la misma temática de los objetos perdidos dice así:
Qué es lo que se me ha perdido,
porque algo indudablemente se me ha perdido
y no lo encuentro, buscando siempre
algo perdido, (o seré yo el perdido?).
Las gafas?, Las llaves? Las gentes?
Los nombres de las gentes o sus caras?
Con barbas o sin barbas? Como ahora
tantas gentes las llevan y no saber
darles nombre a las barbas que llevan.
Casi todos los poemas del libro son en este sentido parecidos. Tendremos que leer algunos más para asegurarnos de ello; pero, ¿cómo es posible que un libro con este tipo de poesía gane todo un Premio Nacional? Qué han visto o leído en este libro... en estas palabras... en estos poemas que no dicen nada o casi nada, pues otras veces será un paraguas, un verso, y en alguna ocasión incluso el objeto perdido se repite en otro poema. De esta forma habla en el poema cuarto del libro:
Por Dios, dónde está el nombre?
El nombre, el nombre. Tiene barba y mujer.
Me habla cariñosamente, pero sin nombre.
[...]
Lo malo no es que se nos pierden,
sino que no sabemos dónde se nos pierden
tantos objetos perdidos como se nos pierden
...
Y en el final de este mismo poema se nos dice:
...
Y la memoria trabajando en lo oscuro,
buscando incesante, escarbando en lo oscuro,
un animalillo escarbando por dentro,
buscando por dentro...
En aquella ocasión me ocupé de la significativa coincidencia que existía entre estos versos del poeta y algunas partes sobre la memoria contenida en el libro Confesiones de San Agustín. Decía allí citando al pensador cristiano:
Personalmente recuerdo haber perdido muchos objetos. Recuerdo, asimismo, que los busqué y los encontré... Pero si cualquier cosa desaparece de nuestra vista por casualidad, pero no desaparece de nuestra memoria, como por ejemplo, cualquier objeto visible, su imagen se conserva dentro de nosotros [...] Esto quiere decir que el objeto estaba perdido para los ojos, pero se conservaba en la memoria.
En el mismo sentido citaba otras palabras que igualmente coincidían con las de los poemas de José Antonio Muñoz Rojas:
Pero cuando es la memoria la que pierde algo, como acontece cuando olvidamos y tratamos de recordar, ¿qué es lo que ocurre?... Ocurre algo así como cuando una persona conocida se ofrece a nuestros ojos o a nuestro pensamiento, pero nos hemos olvidado de cómo se llama. Tratamos de buscar el nombre... hasta que se presenta el nombre con que queda plenamente satisfecha la noción de la persona a la que estaba acostumbrada. E incluso hacíamos observar la coincidencia plena entre sus términos, tal y como sucede en el poema segundo del libro: Pensabas que tenías que hacer esto y lo otro,/y lo otro y lo de más allá?. San Agustín: Voy a hacer esto, lo otro y lo de más allá, digo para mis adentros en este amplio desván de mi espíritu, desván que no es otro que la memoria como anteriormente nos señala San Agustín.
En esta primera parte del libro, que según nuestra opinión consta de los nueve primeros poemas del libro, se desarrolla según la dialéctica entre "algo" y "nada", términos que se repiten a lo largo de estos poemas como semejantes, y que constituyen la lógica poética en que se inscribe esta primera parte en cuanto tiempo pasado y exterior que la memoria es capaz de traer al presente:
Algo es algo. Algo? O resulta
que algo y nada es lo mismo en este caso,
es decir nada y yo he hecho el tonto de siempre
en busca de nada, sin saberlo.
De esta forma, en el segundo conjunto de poemas que van del décimo al vigésimo primero, la dialéctica que se establece es entre "siempre" y "nunca", de lo espacial de la primera parte a lo temporal de la segunda, a lo interior; del tiempo pasado al tiempo futuro como espera y expectativa, al mundo interno del corozán y sus objetos, en la que cambian tanto el lenguaje como la forma de los poemas:
Siempre. N0 digas siempre,
o si lo dices, dilo con un beso
y será siempre para siempre.
Caminando y perdiéndome
en busca siempre de ese siempre,
que cuando llego ya se ha ido.
Y me quedo sin siempre para siempre.

O como en otro de esta segunda parte:
No será nunca, si me entiendes
que tanto vive en mí y es para nunca
a pesar de que vivo y respiro y te deseo.
O será todo, tú, nunca para siempre>?
Horror, Dios mío. Tú nunca para siempre.
Un tiempo que se manifestará en la cantidad de adverbios temporales que se repiten en esta parte del libro en la búsqueda o expectativa de emncontrar objetos de amor. Ahora se va de lo interior del alma o el corazón a lo exterior, al igual que antes se iba de lo exterior del mundo a lo interior de la memorias:
Dónde, siempre, cuándo, cómo
adverbios que son alas, que son vida
en la esperanza.
De esta forma


Con relación a la parábola que acabamos de proponer, aquel primer escrito sobre Objetos perdidos se iniciaba así:
"Algo", "nada", "nadie", "nunca", "siempre", son términos que se repiten a lo largo del libro de J.A. Muñoz Rojas, Objetos perdidos, Premio Nacional de Poesía 1998 y que carecen por principio de una referencialidad concreta. Términos vacíos, abstractos, que sólamente adquieren significado y contenido semántico si uno conoce de antemano sobre qué, con quién, dónde o cuándo se está hablando. Términos que necesitan, más que ninguno, ser completados con situaciones concretas. "Algo es nada", "munca es siempre", complican aún más la situación, pues nos conducen a un doble vacío, a una antinomia o aporía. Quizás la fórmula más fácil para plantear estas cuestiones preliminares sea, paradójicamente, el lenguaje filosófico: ser y no ser. Nos hallamos, pues, como el propio título del libro, "perdidos"; en realidad otra forma de decir "solos". Perdidos o solos ante el lenguaje y, por tanto, necesitados de un significado a quien referir estos puros y vacíos significantes gramaticales y soportes alegóricos de la representación poética de este libro.
Gracias a este nuevo comentario en clave parabólica, podemos ahora saber mucho mejor el significado a quien referir esos significantes que llamábamos vacíos, sin renunciar por ello al significado que en principio nos atrevimos a sugerir, clave interpretativa que seguimos en aquel trabajo que continuaba de este modo:
No obstante, si tenemos en cuenta la trayectoria poética de Muñoz Rojas y su encuadre en la tradición cristiana, la mejor manera de referirse a ellos sería a través de un lenguaje religioso. Una poesía religiosa, aunque no sacralizada, que, como veremos, nos lleva a referir esas palabras con lo más fundamental, con lo que constituye la esencia de todo ser y de todo no ser, esto es: el Tiempo. Éste será el protagonista principal de los Objetos perdidos.

El trabajo finalizaba de la siguiente manera: "Pero mejor será dejar este último tema para otra "ocasión" y poner el punto y final". Era un punto y seguido y ésta ha sido la ocasión.